De los escritos de autores de la Antigüedad que se han referido a Iberia, como Homero (siglo VIII a.C.), Hesíodo (700 a.C.), Herodoto (440 a.C.) y Estrabón (del año 64 a.C. hasta el 21 d.C.) con su obra “Geográfica”, cuyo  libro 3º se dedica  a Iberia, y de los datos que nos aporta la arqueología en sus diferentes facetas, de los yacimientos arqueológicos de colonias y asentamientos creados por los navegantes que visitaron nuestra península, de las excavaciones que han descubierto restos de antiguas ceremonias funerarias, de ajuares de enterramientos, y del examen de los restos de cargamentos de pecios en costas del Mediterráneo, se deduce que los griegos introdujeron el vino y el cultivo de la vid (vitis vinífera) en Iberia, pero que no persistió de forma permanente.

Las primeras incursiones de estos navegantes se produjeron en la zona de la desembocadura del Ebro, y posteriormente más al interior siguiendo el curso del río, entre los siglos VI a IV a.C. Los restos de ánforas griegas y de la vajilla para beber el vino, de los yacimientos arqueológicos de estas zonas así lo acreditan (Emporion o Ampurias, situado en una isla en la desembocadura del río Fluviá, y más tarde en tierra firme, colonia establecida por los foceos, aunque dividida en dos partes: la ibérica y la griega. Ampurias fue la mayor colonia griega en Iberia, con un volumen importante de comercio de ánforas con vino  de Mesalia (Marsella), de la que dependía en el aspecto comercial.

Cuando los iberos accedieron al consumo de vino,  no siguieron las pautas del complejo protocolo del simposion, sino que  consumían el vino en estado puro, sin rebajarlo con agua, y sin el carácter de acto colectivo.

La presencia griega en el sur de Iberia, tuvo lugar entre los finales del siglo VIII hasta el siglo VI a.C.; la oferta de ánforas de vino eran un medio de acercamiento y de intercambio de regalos con las élites dominantes tartésicas de la Bética, que dirigían la producción y el comercio de minerales como la plata, el cobre, el estaño, etc. Posteriormente se extendieron por las zonas de Levante y el interior de la península. Estos intercambios aumentaron al máximo en la primera mitad del siglo VI a.C. y después fue extinguiéndose paulatinamente.

Pero realmente los iniciadores del comercio de ánforas de vino y con larga presencia  en Iberia, fueron los fenicios que introdujeron sus ánforas tipo R1 y sus vinos así como las cráteras, vasos griegos e incluso jarras etruscas. Los fenicios trasladaron a Iberia el cultivo de la vid y las variedades de vitis vinífera, y enseñaron a la población indígena las técnicas de cultivo y de la vinificación, e instalaron auténticas factorías vitivinícolas con lagares, talleres de cerámica, almacenes de ánforas de vino, etc. Los fenicios construyeron sus pequeñas naves con madera de cedro de los bosques del Líbano, y crearon otras industrias, como la alfarería, la vinificación, los característicos tintes de púrpura, etc.

En la alta Andalucía se ha encontrado mayor cantidad y riqueza de jarras, vasos, etc. de origen griego, lujosamente decorados, como expresión de un mayor intercambio comercial que en la Baja Andalucía.

El vino griego no fue, o no llegó a ser, un elemento significativo en la sociedad prerrománica en Iberia, aunque sí lo fue la vajilla griega, como elemento social utilizado por la clase dominante como exponente de su poder y riqueza.

Como dice la doctora Paloma Cabrera “el vino actuó como un elemento civilizador, capaz de configurar relaciones económicas y políticas y generar cambios en las estructuras sociales de la península ibérica de la mano de los colonos fenicios”.

Desde los primeros tiempos del Imperio Romano es cuando verdaderamente comienza la explotación de la riqueza minera en la Bética, especialmente en la zona de Sierra Morena, así como el inicio de la agricultura en las zonas más fértiles del valle del Guadalquivir, con plantaciones de cereal, olivo y vid, que constituyen el trinomio del desarrollo agrícola y posteriormente el ganadero. Además surgen tambien industrias de salazones, de cerámica, la reorganización de las ciudades, de los caminos y acueductos, etc. La Bética era entonces la despensa de Roma.

El primer contacto de Roma con la región de la Bética fue con los turdetanos, pueblo que se considera descendiente de los tartessos.

A la civilización fenicia, como resultado de la decadencia de Tiro y de Sidón, dominadas por el imperio babilónico en el 573 a.C., siguió la cartaginesa, cuya capital era Cartago, inicialmente en posesión de los fenicios, que mediante acuerdos o alianzas con otras ciudades púnicas, e incorporando antiguos asentamientos fenicios, consiguió la prepotencia del comercio en el Mediterráneo. A causa de las tres guerras púnicas, Roma causó la descomposición final del imperio cartaginés.

A continuación se hace un examen de los distintos artículos que componen el libro “Arqueología del vino. Los orígenes del vino en Occidente” editado con motivo del Simposio celebrado en Jerez de la Frontera en 1995, siguiendo los comentarios, no siempre coincidentes, de los diferentes autores.

Carlos Gómez Bellar analiza el yacimiento de el Alt de Benimaquia, hábitat fortificado en el extremo del macizo de Montgó (cerca de Denia) de finales del siglo VII a. C. a inicios del siglo VI a.C., que son los restos más antiguos después de Ampurias. Se trata de una factoría vitivinícola con habitaciones para obreros y locales de funcionamiento. Consta de cuatro balsas o lagares, cada una con una capacidad de unos 25 hl., lo cual supone una producción de unas 1.500 anforas de 25 a 30 litros cada una, que correspondería a unas 40 ha. de viña dedicadas a vinificación. Asimismo disponía de locales para alfarería y otros 400 m2 de superficie para almacenamiento. Este asentamiento exigía a su vez una organización importante para la distribución de ánforas y venta de vinos.

En segundo lugar debemos citar del siglo VIII a.C. el Castillo de Doña Blanca, de origen fenicio, con varios lagares y locales que ha sido estudiado por el arquéologo Diego Ruiz Mata. Está situado cerca de Gadir, que fue creada por los fenicios en el año 1.100 a.C.

Cerca del castillo de Doña Blanca tambien se encontró un poblado del siglo IV a.C. en la sierra de San Cristóbal, donde aparecieron basamentos circulares posiblemente utilizados para calentar y concentrar mostos en envases metálicos, así como talleres locales para la fabricación de ánforas tipo R1, con un pequeño porcentaje de ánforas griegas. La conservación de la tipología de las ánforas fenicias R1, con una capacidad de 22,66 litros, era importante como testimonio de vasija vinaria, que facilitaba la clasificación y almacenamiento de estas ánforas, aunque normalmente tenían un segundo uso para guardar cereales, aceitunas, salazones, etc.

Otro centro de gran importancia, por su complejidad, fué el santuario de Cancho Roano en Zalamea de la Serena (Badajoz), que ha estudiado el grupo ORVE de la 0.I.V. con Sebastian Celestino y José Luis Blanco. Era una factoría de almacenamiento y comercio de vino, donde se han encontrado ánforas fenicias del tipo R1 y numerosas copas griegas de alto valor, ricamente adornadas. Se prevé que este centro contaba con una buena organización para el control de entradas y salidas de productos y su transporte, además de la fabricación de ánforas.

Tambien el yacimiento de Villanueva de la Vera en Cáceres, estudiado tambien por el equipo citado de la O.I.V.

La Quérjola (San Pedro, de Albacete), es tambien un importante asentamiento fortificado dedicado al almacenamiento de ánforas fenicias y púnicas, de finales del siglo VI a.C. hasta el final del siglo V a.C. En cada estancia se encontró una copa ática, posiblemente para la cata de vinos.

En el yacimiento de Aldovesta, situado en un promontorio que produce un meandro en el Ebro, era un asentamiento indígena para almacenar diversas mercancías y ánforas de vino, para los intercambios comerciales. Tambien se han encontrado restos de colmillos de elefante, posiblemente para comerciar con la colonia fenicia de Ibiza.

Respecto de las necrópolis y de los rituales funerarios a los que ha dedicado su artículo Juan Blánquez Pérez, debemos destacar La Joya, de Huelva, donde se encontraron enterramientos de altos personajes, con ajuares de lujo, compuestos de carros ceremoniales, arreos de caballos, ánforas y vasos, recipientes de alabastro para ungüentos y perfumes, etc.

Asimismo en La Cuesta del Negro, en Purullena (Granada) y en el ajuar funerario de una de las tumbas de Puente Noi han aparecido restos de ánforas fenicias con cierres no herméticos para facilitar el desprendimiento de CO2 de vinos no totalmente fermentados.

Tambien es muy importante la necrópolis de Los Villares (Hoya Gonzalo en Albacete), de los siglos VI a IV a.C., con signos de actos rituales de carácter colectivo y de consumo del vino.

Asimismo son destacables los recipientes de alabastro encontrados en la colonia fenicia de Sexi (Almuñécar) y ánforas de origen egipcio.

Otra aportación arqueológica importante, proviene del estudio de los pecios más destacados, como el del barco Ulu Bulud, donde aparecieron lingotes de cobre posiblemente procedentes de Chipre y ánforas con restos de resina, frutas y frutos, cereales, y legumbres, además de marfil, posiblemente procedente de la India y diversos minerales como estaño.

Entre los años 380 a 350 a.C. se produce el máximo volumen de importaciones griegas en la Península, como lo demuestra el cargamento del pecio del Sec en Mallorca, con ánforas de vinos procedentes de Corinto, de Rodas, Quíos, Tasos, e incluso de zonas a orillas del mar Negro.

kylixComo resumen de todo lo anterior podemos afirmar que, aunque los griegos y romanos introdujeron su cultura en la península ibérica, sin embargo el Simposium, como ceremonia de carácter social y ceremonial no llegó a implantarse en Iberia, o al menos no han aparecido indicios materiales arqueológicos de que así fuera, ni tampoco antecedentes históricos. No obstante, por la influencia del prestigio del Simposium, el consumo del vino, siempre puro en Iberia, se “civilizó”, abandonándose el cuerno que utilizaban los iberos en otras bebidas alcohólicas, sustituyéndolo por bellas copas de cerámica suntuosamente decoradas, como el famoso killyx de Medellín, entre otros ejemplos citados.

Aunque el consumo del vino griego tampoco se extendió en Iberia, sin embargo hubo un comercio importante de utensilios griegos del vino, como ánforas griegas, jarras etruscas, copas de lujo, que seguramente no se utilizaron para beber vino griego rebajado con agua, salvo en élites superiores, sino para beber vino fenicio y posteriormente vino ibérico, ó como elemento decorativo y expresivo de poder o del nivel económico o social.

La influencia del Simposion sí fue manifiesta al considerar el vino como elemento fundamental en los banquetes funerarios y en el ajuar de los enterramientos de personas relevantes de Iberia. Sin duda el vino penetró en Iberia desde antes del siglo VII a.C., como producto de lujo entre las élites, pero su consumo no pasó a la población hasta que empezó a elaborarse en las zonas costeras de la península ibérica, y más aún cuando la elaboración se extendió a toda la península, con la instalación de lagares y talleres de alfarería para la construcción de ánforas, cántaros, y copas de libación.

La expansión del cristianismo, en que el vino, junto con el pan, fueron los protagonistas de la Eucaristía y símbolos de la presencia de Cristo en la Tierra, llevó consigo la divulgación por Occidente de la viña y del vino y despues por todo el Orbe.

En la Biblia las citas a la vid y al vino son numerosas, más de 500, y particularmente en el Nuevo Testamento en que Jesús utilizó estos símbolos en múltiples parábolas. En el momento culminante de su vida, eligió el pan y el vino en la última Cena para instituir la Eucaristía, como forma de perpetuar su presencia entre los hombres.

Desde este momento se modifica el concepto de vino de las bacanales romanas de los últimos tiempos del Simposium para transformarse en toda la Cristiandad en el acto de la Eucaristía, en un símbolo de la mayor trascendencia espiritual.

Su importancia se traduce en bellísimos motivos arquitectónicos de iglesias y catedrales, en capiteles y bajorrelieves que representan paisajes de la vendimia y de los trabajos de la vinificación.

Las expresiones artísticas trascienden al cristal en copas y jarras del Buen Retiro, a la orfebrería en hermosos cálices con esmaltes y joyas incrustadas, etc.

La artesanía tambien ha producido hermosos objetos como las cestas de mimbre o castaño para el transporte de la uva, las canoas para el trasiego y las estilizadas venencias jerezanas para extraer de forma cuidadosa muestras de vino de las botas en crianza, etc.

Nuestros artesanos del cuero tambien han dejado muestras de su arte en los viejos pellejos, odres y botas, y en cuanto a la tonelería la fabricación de grandes depósitos y contenedores, botas jerezanas de roble y barricas insustituibles para la  crianza y transporte de los vinos.

Las cerámicas de Talavera, de Manises, de Puente del Arzobispo y de Sargadelos, han producido vasos bellísimos esmaltados alusivos a la vid y al vino.

La vid y el vino desde el inicio de la historia han sido motivos de inspiración de escritores y poetas, y de la música popular, con famosos brindis en óperas y zarzuelas, sin citar su influencia en otras artes, como los magníficos cuadros de  pintura española.

De todo lo anterior podemos afirmar que la cultura de la vid y del vino está incrustada en nuestra propia historia y en todas las expresiones artísticas que la rodean.

Desde el siglo I ya existen tratados del cultivo de la vid, como la obra “De Re Rustica” de Lucio Moderato Columela, de origen hispánico.

Durante la época romana, la vid y el vino se extendieron considerablemente por Hispania, aunque el emperador Domiciano en el año 92 ordenó la destrucción de viñedos en esta provincia del Imperio, con el pretexto de que la vid atraía las incursiones de pueblos bárbaros; pero se cree que  estos vinos eran ya muy apreciados por los romanos y hacían competencia a los que se elaboraban en la península Itálica.

En la Edad Media la expansión de los monasterios, especialmente de las órdenes de Cluny y del Císter, contribuyó marcadamente a la difusión de la cultura de la vid y del vino en España. El número de monasterios de estas Órdenes llegó a superar la cifra de  1.800 en toda la península, incluyendo tambien los de monjas,

Entre ellos podríamos destacar Santo Domingo de Silos (el antiguo), de Toledo, con su retablo del Greco, Santa María la Real de las Huelgas (Burgos), del siglo XII, La Oliva de Carcastillo, Santa María de Huerta de Soria, del siglo XII, Santa María la Real de Fitero (Navarra), el de Oseira,… pero entre todos ellos destacaríamos el Real Monasterio de Santa María de Poblet, que conserva en muy buen estado su grandiosa bodega con depósitos de piedra para la fermentación de los mostos y conservación del vino, con canalillos de piedra para la circulación de los líquidos,  prensas, etc., así como el Monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos) con la bodega románica más antigua de España, que aún hoy elabora vinos de crianza con uva Tempranillo. Tambien citaremos el Monasterio de Santes Creus, en Aiguamurcia (Tarragona).

En todos los monasterios había necesariamente huertas y viñedo para abastecer la dieta alimentaria de los monjes y las exigencias de la Eucaristia, además de la oferta de pan y vino a todos los peregrinos que lo visitaban. Los monasterios fueron centros de divulgación de las técnicas del cultivo de la vid y de la elaboración del vino.

Un fenómeno histórico de primera magnitud fue la invasión árabe, desde el año 711 a 1492. Durante este período disminuyó el área de viñedo dada la prohibición de consumo del vino de la religión mahometana; pero no desapareció totalmente, pues se toleró cierto nivel de consumo de vino, además del valor nutritivo de la uva y de la pasa.

Los mozárabes, es decir la población cristiana bajo dominación musulmana, así como los judíos, consumían vino. La prohibición coránica no era obstáculo tampoco para que la población musulmana consumiera vino, que elaboraban bodegueros mozárabes. Sabemos que durante el reinado de Al-Haken I, en el siglo IX, había un mercado de vino en Córdoba, propiedad del califato, y en otras ciudades andalusíes había tambien establecimientos de bebidas (jana, majur) autorizados o clandestinos y se bebía con cierta libertad, aunque los alfaquíes elevaban protestas porque los consideraba  hábitos licenciosos.

Como comenta Emilio García Gómez, maestro del arabismo español, la Ley Seca mahometana no podía tener plena aceptación en España, conclusión a la que tambien llega Sánchez-Albornoz en sus obras España Musulmana, y España, un enigma histórico. Tambien comenta el cronista Andrés Bernáldez que en la ciudad de Granada, en la última época del reino nazarí, existían muchos parrales en  patios y azoteas.

Se consideraba que el vino, desde el punto de vista sanitario, era más seguro que el agua y que no podía faltar en las largas expediciones militares desde los tiempos del Imperio romano.

Los monasterios, en los siglos X y XI, cedieron con frecuencia tierras para la plantación de viñas, con el compromiso de que pasados los años y entraran en producción, las viñas  se repartieran entre ambos.

Decía Palacio Attard que la extensión del viñedo en las zonas de Aragón y Cataluña en los siglos XII y XIII, aumentó por el mayor consumo de vino por parte de la población cristiana en los territorios reconquistados, y ya sabemos que en los antiguos reinos musulmanes se consumía vino con pocas restricciones. Los nuevos pobladores se establecieron sobre la población mudéjar que no abandonó la tierra y que dio lugar al régimen señorial en contraposición con la repoblación castellana de los siglos X al XIII, basada en el asentamiento de hombres libres sobre territorios despoblados. Como el cultivo de la vid exige bastante mano de obra, sin duda la vid contribuyó a fijar la población rústica en Iberia.

Es evidente que el vino fue apreciado en el mundo árabe, a pesar de las prohibiciones, como lo demuestra el poeta persa del siglo XII, Omar Khayyam en su Rubaiyat.

En la Edad Media tambien desempeñó un papel muy relevante, respecto de la vid, el Camino de Santiago por el intercambio de material vegetativo de las variedades de vid, en forma de sarmientos, de los diferentes países de origen de los peregrinos europeos, en su camino de ida y vuelta. El material vegetativo se difundió en el transcurso de los siglos, aunque con importantes cambios fenotípicos por adaptación climática de las diferentes variedades.

El Camino de Santiago se inició a finales del siglo VIII en el noroeste de la península ibérica. Ocho siglos después de la muerte del apóstol Santiago, en el año 813, un ermitaño llamado Pelayo dijo que vió una estrella posada en el bosque Libredon, donde se descubrió una antigua capilla de un cementerio de la época romana, y de aquí se inició la tradición del enterramiento del apóstol Santiago y la peregrinación de mozárabes, huyendo de zonas dominadas por los musulmanes.

Se estima que el primer peregrino renombrado fue Alfonso II el Casto, rey de Asturias (791-842), que con motivo de su visita mandó edificar un pequeño templo. A partir del año 921, con el apoyo de Carlomagno, Compostela se convirtió progresivamente en un centro de peregrinaje europeo de creciente importancia.

Menéndez Pidal consideraba que en cierto sentido el caudillo musulmán Almanzor revitalizó el Camino por sus repetidos ataques contra los reinos cristianos que llegaron a inquietar a la abadía benedictina de Cluny, que en aquel momento era el centro más importante del cristianismo europeo. Estos monjes elaboraron el Códice Calixtino que contiene la antigua historia del Camino y que favoreció la constitución de la red de monasterios de Cluny, especialmente alrededor del Camino.

Las incursiones árabes tuvieron como efecto la expansión del Camino y la consiguiente unificación del culto cristiano. El aumento de peregrinos contribuyó a que los monarcas de Navarra, Aragón y Castilla y León, realizaran mejoras en los diferentes trayectos mediante la construcción de puentes, caminos, fuentes, hospitales, albergues, etc.

Durante los siglos XIV y XV decayó el número de peregrinos por los acontecimientos sociales en Europa, especialmente la propia Reconquista en España que desvió gran parte de esfuerzos y recursos económicos, así como el Cisma de Occidente que en el siglo XIV dividió a la cristiandad.

En el transcurso del tiempo se repuso el Camino de Santiago, adquiriendo especial importancia el paso a través de Roncesvalles.

Tambien las Cruzadas contribuyeron a difundir e intercambiar variedades de vid con Oriente medio y viceversa.

Según Sánchez Albornoz en su libro “España, un enigma histórico” el vino fue uno de los factores de hispanización de la invasión musulmana, demostrando con ello su influencia social e histórica.

El cultivo de la vid en ladera, era ya conocido y practicado en España como mínimo desde la época musulmana. En tiempos del Emirato y del Califato de Córdoba, las cepas se plantaban preferentemente en ladera, en tierras de secano, en franjas situadas por debajo de las plantaciones de olivo. El vino, junto con el aceite, activaron la industria de la alfarería hispánica, así como el comercio con pueblos ribereños del Mediterráneo.

Según Claudio Sánchez Albornoz, la viña fue causa determinante para que los reyes de Asturias, bajaran al páramo leonés desde el siglo IX para conquistar “tierras de pan llevar” y “tierras de vino”. La presencia de plantaciones de vid en los alrededores de las ciudades demuestra la preferencia de la población por esta bebida.

En las regiones en que ya se había expulsado a los árabes, los municipios y los monasterios cedieron con frecuencia tierras para la plantación de viñas en León, Galicia, Rioja, Aragón y Cataluña, contribuyendo los Monasterios al mantenimiento y progreso de la cultura de la viña y del vino, como son ejemplo San Millán, Valvanera, Nájera, Poblet, Santes Creus, Ribadavia, etc.

Acerca de la viña y el vino, la normativa se desarrolló de forma temprana; en 1268, como recoge Palacio Attard; el rey de Aragón otorgó privilegios a la ciudad de Valencia para que pudiera prohibir la introducción de vinos desde el día de San Miguel hasta Pentecostés.

Sancho IV, en 1293, ordenó que no pudiese entrar ni ser vendido en la ciudad de Córdoba, vino producido en el exterior de esta zona. Decía Palacio Attard que desde esta distancia en el tiempo es difícil analizar la motivación de tales medidas, si por problemas de superproducción, por competencia de precios o por criterios más simples de protección local o de favoritismos.

Según el mismo autor, la ciudad de Vitoria en 1374 solicitó poder surtirse de vinos del Reino de Navarra, que entonces no pertenecía  a la corona de Castilla. En realidad, la enemistad de esta ciudad con la de Logroño, es lo que motivó la decisión  de Alfonso XI, que no accedió a que se trajeran vinos foráneos a su reino, cuando los había en tierras riojanas tan próximas a Vitoria.

Hasta el siglo XV el transporte del vino se realizaba en recipientes de cerámica, en ánforas ó en envases superiores, como las dolias. Tambien se utilizaban pellejos debidamente embreados (odres, botas, etc.). La alfarería adquirió gran desarrollo y las tinajas manchegas supusieron un avance importante en la mejora del proceso de fermentación y conservación de los caldos.

Después del siglo XV la industria de la tonelería revolucionó la técnica enológica, permitiendo unas condiciones de fermentación mejor controladas, graduándose mejor el acceso de oxígeno a los vinos durante su crianza y una mejor estabilidad del vino durante el transporte.

Alonso de Herrera, en su “Tratado de Agricultura” en 1513, realizado por encargo del Cardenal Cisneros, reconoció una gran expansión del viñedo español en la cuenca del Duero, en El Bierzo y en la Mancha, aunque posteriormente hubo bastantes conflictos con la Mesta, que quería preservar los terrenos agrícolas para la ganadería.

La Mesta, es decir la Asociación de Ganaderos para la búsqueda de pastos y de cañadas para la circulación de los ganados trashumantes, colisionó frecuentemente con los intereses de los viticultores ya instalados.

Durante la Reconquista y en los reinos cristianos, fue más rentable la ganadería que la agricultura a causa de la expansión de la industria textil y la exportación de lana de Castilla hacia otras provincias, que desapareció en la primera mitad del siglo XIX.

A finales del siglo XVI, la superficie de España dedicada al cultivo de la vid llegó a una cifra próxima a los 2 millones de ha., aunque si bien es cierto que la vid llegó a ocupar terrenos poco aptos para este cultivo, que fueron abandonados posteriormente.

El comercio llegó a un nivel importante y había negociantes ingleses en Andalucía, Bilbao, Barcelona y Valencia para adquirir vinos y aguardientes.

El padre Feijoó (1676-1764) recoge en sus “Cartas eruditas” que en su época de estudiante en Lérez veía mucho movimiento de ingleses embarcando vinos gallegos en el puerto de Pontevedra, que comerciaban con paños y otros artículos y retornaban con vino de Pontevedra y Orense. Tan frecuente era su presencia que las autoridades eclesiásticas temieron que los protestantes ingleses pudiesen contaminar con sus errores la fe del pueblo. Tambien aconsejó el empleo de pajuelas de azufre para mantener la estabilidad de los vinos, como había visto hacer en Burdeos.

El comercio interior tambien tuvo un importante incremento con las recuas de los arrieros maragatos y riojanos que transportaban grandes toneles y odres de vino del Bierzo, de Nava, de Rueda, de tierras de Medina y de Toro hacia las regiones cantábricas que no contaban con viñedo.

Las exportaciones a Inglaterra y Flandes alcanzaron un notable desarrollo, tanto de vinos de Jerez, Malvasías de Canarias, vino de Ribadavia, entre otros.

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